Al principio, mi hijo Benjamín no alcanzaba el retraso de desarrollo del 30% que se requiere para la intervención temprana. Nació con tortícolis. Ya que tenía la cabeza apoyada en el hombre durante mi embarazo, su cabeza se inclinaba un poco a la izquierda. Para corregir esta condición, usó un casco hasta los 8 meses de edad y recibió la terapia física que nuestro seguro médico privado cubría. Ahora nadie ni sabría que había tenido tortícolis; ¡ya no se le inclina la cabeza!
Más tarde, cuando tenía 15 meses, se le diagnosticó a Benjamín un trastorno de procesamiento sensorial. Me dio mucho miedo cuando nos enteramos. Nuestro médico recomendó servicios de intervención temprana (E.I., siglas en inglés), pero yo ya tenía un seguro médico y no creía que me hacían falta los servicios E.I.; no creía que era posible recibir del gobierno una atención de alta calidad para mi hijo. Me sentía bastante abrumada. Cada día las cosas normales se hacían abrumadoras y muy estresantes para nuestra familia porque Benjamín no podía tolerar los ruidos ni que se le tocaba. Yo ni podía cambiarle el pañal sin que llorara, gritara y pateara, pero yo era la única persona que lo podía hacer porque a todos los demás les daban miedo las patadas. No podíamos cortarle el cabello ni cepillarle los dientes porque tendríamos que inclinarle la cabeza.
Accedimos a participar en E.I. porque Benjamín necesitaba ayuda y nuestra familia también. La asistente social nos enseñó la mejor manera de manejar a Benjamín para evitar las sobrecargas sensoriales y responder a sus molestias y berrinches. Confieso que al principio no me gustaba que las terapeutas venían a nuestra casa, pero luego me di cuenta de lo útil que era. El que las terapeutas venían a la casa era una gran ayuda porque a menudo tardábamos una hora en solamente preparar a Benjamín para ir a una consulta con su médico. No teníamos que preocuparnos por salir de la casa porque las terapeutas llegaban a nosotros. Establecí una relación buenísima con aquellas mujeres; son maravillosas en su trabajo. Había conocido a otros padres en la clínica antes de comenzar con E.I. y, igual que yo, no estaban seguros de la idea de que los terapeutas irían a su hogar. Les conté nuestra experiencia E.I., la calidad excepcional de los servicios que recibía Benjamín en nuestro hogar y la diferencia que ha marcado en él.
Benjamín ya tiene 3 años. Asiste a un programa preescolar de Montessori. Agradezco tanto a E.I. y simplemente no me puedo imaginar dónde estaríamos sin su apoyo. Benjamín no tendría el éxito que ahora goza sin las terapeutas que tenía a través de E.I.